El 17 enero del año 1377, el papa Gregorio XI hizo su entrada en Roma en medio de grandes aclamaciones, ya que su retorno significaba el fin del destierro del papado en Aviñón que había comenzado en 1306, era el fin de lo que se había llamado la cautividad de Babilonia.
Gregorio XI murió al año siguiente. Los cardenales del Sacro Colegio eran franceses en su mayoría, y el pueblo de Roma, ante el temor de que resultara elegido de nuevo un Papa francés, invadió el Vaticano y penetró en la sala del cónclave. En estas condiciones insólitas se eligió al arzobispo de Bari, que tomó el nombre de Urbano VI.
Rápidamente se divulgó la opinión de que la elección no era válida por no haberse ajustado a las reglas canónicas, juicio que apoyó el rey de Francia Carlos V, el cual echaba de menos el papado de Aviñón. Los cardenales disidentes se reunieron el 20 septiembre de 1378, y así el francés Roberto de Geneve fue proclamado Papa con el nombre de Clemente VII y se instaló en Aviñón.
Durante cuarenta años hubo dos papas rivales. Esto es lo que se ha llamado el gran cisma de Occidente, triste ejemplo de las consecuencias de la intromisión del poder temporal en los asuntos espirituales.
El concilio de Pisa en el año 1409 creyó solucionar la cuestión deponiendo a los dos papas en funciones, que en ese momento eran Gregorio XII en Roma y Benito XIII en Aviñón, eligiendo en su lugar al que tomó el nombre de Alejandro VI. Pero ninguno de los dos papas destituidos aceptó la decisión y, durante cierto tiempo, la cristiandad termino contando con tres papas.
Por último, el concilio de Constancia, que representaba al conjunto de cardenales mejor que el de Pisa, solucionó la cuestión: reunió el cónclave y finalmente el cisma termina el 8 noviembre de 1417 cuando se elige al Papa que se llamó Martín V.