Desde el punto de vista arquitectónico, se llama claustro al lugar de paseo de los monjes en los conventos.
Generalmente consiste en una galería cubierta que forma un cuadrado alrededor de un jardín. En las antiguas fundaciones monásticas estaba comunmente junto a la iglesia. Algunos de estos claustros antiguos gozan de merecida celebridad por su belleza, a veces austera, como la del claustro de la Abadía cisterciense de Thornet.
En Nueva York existe un museo de claustros compuesto de siete de ellos, casi todos comprados en Francia, transportados y reconstruidos piedra por piedra en los Estados Unidos.
La palabra claustro, además, por extensión, sirve para designar la parte del convento reservada a los monjes y que está bajo la salvaguarda de la clausura. También se la utiliza para denominar al mismo convento o a las religiosas, cuando por ejemplo podemos decir que ha recibido el velo o que ha entrado en el claustro.
Así nos encontramos con, por ejemplo, las monjas de clausura cuya misión es orar por todos los problemas que atañen al mundo, y de este modo le presentan a Jesús los dolores y problemas de toda la humanidad, y en algunos casos, en algunas órdenes también se reza por las intenciones personales que les llegan a través de los medios de comunicación.
En los claustros predomina el silencio y la oración, aunque en aquellas órdenes donde las exigencias no son extremas, hay momentos de convivencia o trabajo en conjunto, como por ejemplo los claustros donde se elaboran ornamentos litúrgicos, hostias, o algunos alimentos, con cuya venta pueden subsistir por sus propios medios.
Se habla de la reja del claustro para designar la reja que en el locutorio separa a la religiosa enclaustrada de los visitantes. Finalmente el término claustro se ha convertido en sinónimo de clausura, además de tener la misma etimología.