En el catolicismo el término de contemplación se utiliza para tratar de explicar el sentimiento que el hombre tiene cuando se encuentra cara a cara con la belleza de Dios, y lo experimenta con su inteligencia llegando por un momento a la verdad sobrenatural.
Una visión semejante del alma, una revelación tan excepcional no puede conseguirse ni aun por el precio de un esfuerzo prolongado de parte de quien la recibe, sino como puro efecto de la gracia divina.
Aparte de la contemplación adquirida está la meditación, en la cual participan el corazón y la inteligencia. Es con la oración, por un impulso del corazón, por el hábito de los ejercicios espirituales, como el hombre podrá intentar el encontrar a Dios con "la cita de la meditación".
San Juan de la Cruz hacía observar que este viaje hacia el infinito divino no está exento de penas ni de inquietudes: "Después que el Señor introdujo el alma en la noche oscura, le niega toda satisfacción y no le deja atarse a ninguna cosa, para redimir y purificar en ella la parte inferior. Es entonces un signo casi evidente que el hastío y la aridez no proceden de las faltas o imperfecciones cometidas recientemente.
El alma se encuentra en la imposibilidad de hacer uso de la imaginación para excitarse a discurrir y a meditar como antes.
El Señor no se manifiesta más al alma a través de los sentidos. Las comunicaciones divinas siguen desde entonces el camino del espíritu puro donde la práctica no existe y da lugar al acto simple de la contemplación, inaccesible al concurso de los sentidos exteriores e interiores".
Otra cosa es la contemplación mística, llamada contemplación infusa. En este caso, la presencia de Dios se siente directamente. El alma experimenta la presencia de Dios en ella misma. Es una forma de percepción o de inteligencia que no reclama esfuerzo.