La creación es el acto por el cual Dios, de la nada, hizo el mundo. Desde que el hombre piensa y reflexiona, el problema de la creación es el problema clave de la ciencia y de la filosofía.
El gran sabio Einstein ha intentado encerrarlo en una fórmula matemática, en una ecuación, pero los datos de la misma pertenecen a Dios. Antes de la nada no había ningún dato; antes de la creación no había ni tierra ni materia. Podemos analizar la obra de Dios, pero no podemos explicar su acto ya que sino sería explicar al mismo Dios.
Todas las religiones, a su manera, se han esforzado en dar al origen del mundo una causa y una razón. Para el creyente, ninguna duda es posible. La creación es la obra de Dios solo, de Dios en tres personas.
Los decretos del Concilio Vaticano han definido, contra las explicaciones anteriores y contra las modernas teorías, la doctrina católica sobre el acto de la creación.
La Iglesia cree y confiesa que existe un solo Dios vivo y verdadero, creador del cielo y de la tierra, y que este Dios solo y verdadero ha creado el mundo en razón de su bondad y por su virtud todopoderosa, no para aumentar su felicidad ni para adquirir nuevas perfecciones, sino para manifestar lo que posee por los bienes que concede a sus criaturas.
Nosotros estamos obligados a prestar, por la fe en el Dios que revela, una plena obediencia de inteligencia y de voluntad a la doctrina cristiana sobre el problema del origen de las cosas.
El dogma católico de la creación se puede definir de la siguiente manera: Dios no hizo el mundo ni de sí mismo ni de otro elemento, de ninguna materia existente antes que Él. Él lo hizo aparecer fuera de sí mismo, y allí donde nada existía.
En la obra de Descartes, la libertad de Dios aparece como absoluta. Una vez creado el mundo, Dios no hará otra cosa que prestar su concurso dispensable a la Naturaleza y dejarla obrar según las leyes que Él ha establecido.