Santa Cristina es una virgen y mártir bajo el reinado del emperador Diocleciano. Ella era hija de un prefecto de Toscana. Fallece aproximadamente en el año 287.
La leyenda cuenta que tenía nueve años cuando abrazó la fe cristiana e hizo fundir todos los ídolos de plata y oro que tenía su padre y distribuyó su valor entre los menesterosos.
Además su padre quería obligarla a que se case, pero ella se niega rotundamente ya que le dice que ya está esposada con Dios y que no va a cambiar de idea.
Su padre se encolerizó y la hizo flagelar, luego desgarrar con uñas de hierro, y finalmente, rociar de aceite y atarla a una rueda. Pero ninguno de los cruentos castigos que ordenaba su propio padre dañaban a su joven cuerpo.
Desesperado por no poder triunfar en su terrible deseo de asesinar a su propia hija por no querer cambiar su fe, decide finalmente ponerla sobre un brasero. Pero las llamas la respetaron, abrazando, en cambio, al verdugo.
Un ángel bajo a su prisión y curó sus heridas. Al día siguiente, su padre murió.
El nuevo prefecto la hizo sumergir en una caldera de pez y aceite hirviendo. También salió viva de esta prueba y el prefecto murió.
3000 paganos se convirtieron después de este prodigio.
Finalmente el juez Juliano ordena que la atraviesen con tres flechas y allí Santa Cristina pereció, al fin, acribillada por los flechazos.
Los peregrinos que asistían a Santiago de Compostela siempre se detenían a rezar ante su tumba, y esto hizo que poco a poco el culto a esta santa se fuera extendiendo.
La iconografía de Santa Cristina es bastante variable ya que aparece con distintas muestras de su tortura, aunque la más clásica es la que se la representa con la rueda de molino atada al cuello.
Su festividad es el 24 de julio.