La desesperación es la pérdida total de la esperanza.
Al ser consecuencia de la falta de fe en la misericordia de Dios, o bien de un excesivo apego a los bienes terrenales y/ o a los placeres, la desesperación es un pecado grave si se refiere a la salvación y pierde por completo la confianza en la bondad y el poder de Dios.
Ejemplos de la desesperación los podemos encontrar en la Santa Biblia, como el pecado de Caín que lo considera demasiado grande a Dios para que se le pueda perdonar, y es también el pecado de Judas, que va a colgarse de un árbol después de haber entregado a Cristo.
En la antigüedad, el hombre parecía estar dominado por los decretos del destino, según lo demuestran las filosofías antiguas, las tragedias clásicas y la misma mitología. Por lo tanto del destino se desprendía la idea de una fatal omnipotencia, fuerza ciega contra la cual será impotente.
Pero la revelación cristiana a liberado al hombre de esa amenaza del destino. El hombre se siente libre, sabe que tiene un fin sobrenatural y que es obra de un Creador infinitamente bueno y sabio.
La Divina Providencia quiere decir, en su forma teológica, todo lo que realiza Dios para poder socorrer a los hombres, como ser la soberanía, la supervisión, la intervención o el conjunto de acciones activas.
La Providencia constituye el plan racional de este Creador, gracias al cual toda criatura puede, por poco que se esfuerce, conseguir el fin debido, es decir, asociarse a la gloria divina con ayuda de la gracia que, ya en esta vida, le inserta la vida sobrenatural.
El terror al destino que tan fuertemente pesaba sobre el hombre de la antigüedad, quedó así aniquilado por obra del cristianismo, que lo ha reemplazado por la confianza en la Providencia.