El Espíritu Santo nos entrega siete dones, y entre ellos podemos encontrar el don de la sabiduría.
Podemos decir del don de sabiduría, el cual nos es concedido por el Espíritu Santo, que está vinculado al don de inteligencia como el sentido del gusto depende del sentido de la vista.
La inteligencia es, en la esfera humana, la visión de Dios, la visión del camino que conduce a la salvación. Y en contraste, la sabiduría es el bien que permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.
Los teólogos demuestran que la sabiduría que nos da el espíritu, o sabiduría creada, tiene como fin procurar, por mediación de la sabiduría increada, que es la del Verbo divino, nuestra unión con aquel en quien Dios se hizo carne.
El hombre se puede preguntar cómo puede obtener el don de la sabiduría. Esa respuesta la podemos encontrar en las Sagradas Escrituras, cuando el apóstol Santiago responde lo siguiente: "Si alguno de vosotros quiere tener sabiduría, que se la pida a Dios, que da a todos tantas larguezas y que no regatea sus dones; que se la pida con fe, y que no titubee". (Carta de Santiago 1:5)
El salmista le dice al hombre que invita aproximarse a Dios, que guste y experimente, que el Señor está lleno de dulzura. Éste es el sentir de la Iglesia cuando en el día de Pentecostés pide a Dios por nosotros el favor de gustar el bien.
Decimos de la inteligencia que es la iluminación, la luz. Y decimos de la sabiduría que es la unión del hombre con el bien supremo, alcanzado por el amor y la voluntad. Lo que nos aporta el don de sabiduría es ante todo un vigor en el alma, pues donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad.