Calvino se inspiró en Lutero, pero su doctrina es personal en muchos puntos y está totalmente expuesta en su libro La institución cristiana.
Calvino vuelve a insistir sobre la idea del recurso directo a la Revelación como regla fija, quince años después de Lutero. Dice que la Escritura debe ser la única norma de fe, lo cual representa la negación de la teología y la repulsa de la autoridad de los concilios.
Para Calvino, los libros santos son canónicos cuando el Espíritu Santo nos los hace discernir de los demás libros eclesiásticos.
Al igual que Lutero, se planteó el problema de las consecuencias del pecado original, opinando que todo hombre está inmerso en la culpa original de pies a cabeza, de suerte que no existe en él parte alguna exenta del pecado, por lo tanto la naturaleza del hombre está corrompida, y el hombre dominado por el mal, no es libre. Y el hombre condenado no puede salvarse más que por la gracia, que es en cierto modo obligatoria, de forma que quien la recibió no puede perderla haga lo que haga. En consecuencia el hombre personalmente no puede hacer nada por fijar su suerte ya que está predestinado.
La Iglesia le responde a Lutero sobre lo anterior diciendo que, al encadenar al hombre, se encadena también a Dios, como si no fuera libre de modificar sus decisiones.
Con respecto a los sacramentos, Calvino, enemigo de la anarquía, se aparta del pensamiento de Lutero y confiere la preeminencia a su iglesia de Ginebra, debidamente jerarquizada, y exige que el estado sea religioso. A esta Iglesia le da pastores que deberán estar rodeados del máximo respeto y tendrán la obligación de administrar los sacramentos, que quedan reducidos simplemente a dos: el Bautismo y la Cena. Además para Calvino estos sacramentos son simplemente signos exteriores, y en la Eucaristía no hay presencia real.
Mientras que los luteranos afirmaban la eficacia de la penitencia, para los calvinistas ésta no tiene ningún carácter sacramental y se trata simplemente de un ejercicio espiritual.
Hoy es
