David fue rey y profeta. Después de los grandes patriarcas Abraham, Isaac, Jacob y Moisés, el nombre de David es el más célebre de la historia sagrada.
David es el fundador de la familia de la que había de nacer el Mesías, según el libro de los Reyes. Por eso a Jesús se le llama con frecuencia en el Evangelio hijo de David.
Tenía David quince años y guardaba los ganados de su padre cuando Samuel lo designó sucesor de Saúl, rey de Israel, que había caído en desgracia, y lo ungió rey.
Israel estaba entonces en guerra con los filisteos. Entonces, un día, un gigante llamado Goliat que medía dos metros y medio de altura y llevaba una armadura de setenta kilos, salió del campo enemigo y desafío a todo el ejército de Israel. El joven David aceptó el desafío y con su honda mató al gigante. Este hecho le valió una gloria tal, que el rey Saúl, llevado de la envidia, nunca le perdonó.
Por este hecho, David tuvo que huir y no pudo volver hasta el día en que, en otro hecho de guerra, Saúl cercado por los filisteos, se suicidó.
Proclamado rey, David escogió a Jerusalén como capital, adonde hizo trasladar el Arca de la Alianza y logró limpiar de enemigos a toda la Tierra Santa.
El rey David comete un pecado que expidió duramente. Seducido por la belleza de Bethsabé, esposa de un oficial suyo llamado Urías, hizo matar a éste en una emboscada. El profeta Natán le predice su castigo. En efecto, uno de sus hijos, Absalón, mató a su hermano y luego se rebeló contra la autoridad de su padre.
Vencido por el ejército de David, Absalón, cuando huía través de un bosque montado en una mula, quedó suspendido por los cabellos en la rama de un árbol donde le atravesaron con una lanza. Antes de morir, David señaló como sucesor suyo a su hijo menor Salomón.
A la vez que un gran rey, fue David un gran poeta y profeta. A él se le atribuyen varios de los salmos de la Biblia.
Lo más sobresaliente del carácter de David es su fidelidad a Dios. Comete algunos pecados, pero la humildad y la franqueza con que reconoce sus faltas, así como la sinceridad de su arrepentimiento, le han captado la simpatía y la admiración, tanto de los judíos como de los cristianos. Además él sabe que sus cualidades provienen de Dios y a Él atribuye todos sus éxitos.
David en sus desgracias se muestra profundamente humano, como lo demuestran los gemidos que profiere al morir su hijo Absalón.