La circuncisión es un rito judío que consiste en cortar una porción mayor o menor del prepucio.
En la antigüedad, los judíos no eran el único pueblo que practicaba esta operación, ya que los egipcios hacían también circuncidar a sus hijos. Era como un pacto de sangre mediante el cual los varones quedaban agregados a su tribu.
El origen de la circuncisión entre los judíos se remonta a los tiempos de Abraham. El patriarca tenía noventa y nueve años cuando, cumpliendo una orden del Señor, se circuncidad sí mismo y practica la misma operación a todos los hombres de su casa. Esta práctica se convierte en un obligación que se observa rigurosamente después de instalarse los hebreos en la tierra de Canaán.
En el Nuevo testamento, en el Evangelio de San Lucas, podemos leer claramente en 2:21 que Jesús, cumpliendo con la Ley, fue circuncidado de niño a los ocho días requeridos, y que también se cumplió con el rito de imposición del nombre, aunque, tal como aclara, este nombre el ángel ya se lo había impuesto antes de ser concebido.
También podemos encontrar que el mismo autor en 1:59-60 se refiere a la circuncisión de Juan el Bautista.
La nueva ley de Cristo suprimió la obligación de la circuncisión, pero no obstante, los cristianos judaizantes continuaron circuncidándose.
San Pablo era totalmente opuesto a la continuación de este rito. Esto lo podemos comprobar leyendo sus escritos en la Sagrada Biblia cuando en Gálatas 5, 6 explica que en Cristo Jesús sólo vale la fe que sea actuada por la caridad, y que ya no vale ni la circuncisión ni el prepucio.
Con esto, San Pablo está indicando que la circuncisión ya no es indispensable para que el hombre pueda ser salvo. De todas formas esta práctica continuó en Egipto y en Etiopía en las iglesias coptas.