En la época en que Santo Domingo predicaba, se dio cuenta que para combatir a los herejes necesitaba nuevos remedios.
Para defender y propagar la fe cristiana, fundó entonces una Orden de sacerdotes que, en vez de encerrarse como lo hacían los canónigos regulares, se dedicase en cambio a constituir centros de predicación y de enseñanza religiosa, donde debían observar la vida conventual.
Para lograr que les escucharan, debían llevar una vida de pobreza y desprendimiento; el mismo Santo Domingo dio ejemplo de una vida íntegramente evangélica.
Ochenta años después de la muerte del santo, en el año 301, cuenta ya la Orden con 562 conventos en toda Europa. La rama femenina de la Orden Dominicana se funda en el año 1206.
Santo Domingo quiso regenerar la Iglesia utilizando los medios que exigía la situación: ciencia, unida a la pobreza y caridad evangélicas, para confundir las doctrinas de los maniqueos y cátaros. Los frailes predicadores son contemplativos; su vida conventual está regulada por el ciclo litúrgico; observan el ayuno y comen de vigilia; por la noche se levantan para cantar el oficio divino; el estudio y el trabajo intelectual ocupan un lugar importantísimo en sus actividades, ya que deben estar entregados al estudio, sea de día o de noche, en el convento o en el viaje, donde leerán y meditarán esforzándose en retener la información.
La Orden Dominicana es un instrumento en manos de los pontífices. El Papa es el superior de toda la Orden, y de cada uno de los religiosos; a él le está reservada la supervivencia y la sanción de las leyes y los métodos esenciales, así como la autorización para fundar provincias y casas de la Orden. Los obispos pueden servirse de los padres dominicos según las necesidades de la diócesis.
La devoción especial que esta Orden profesa a la Santísima Virgen María, se manifiesta particularmente en las peregrinaciones que todos los años se organizan a Lourdes.
Siguiendo el ejemplo de su fundador, los grandes sacerdotes de la Orden que se han sucedido en el curso de la historia han desplegado el mismo ardor innovador. El primero fue San Alberto Magno, verdadero precursor de la ciencia experimental; luego Santo Tomás de Aquino, cuyo genio logró realizar una síntesis entre la revelación cristiana y las ideas filosóficas de Aristóteles.
Santa Catalina de Siena logró que el Papa Gregorio XI se decidiese a regresar a Roma y se entregase a la reforma de la Iglesia. San Vicente Ferrer recorrió Europa y fue venerado, en vida, como santo, y desempeñó un papel importante y eficaz en la restauración de la unidad cristiana después del cisma de Occidente.