Se denomina catecúmeno al oyente que proviene del paganismo, desea conocer a Cristo, aún no ha sido bautizado y está aprendiendo la doctrina de la fe.
En la Iglesia primitiva sólo se bautizaba a los candidatos que por su conocimiento del dogma y de la liturgia eran considerados suficientemente iniciados.
Todo este período de iniciación cristiana, que duraba generalmente varios años, se llamaba el catecumenado. La Iglesia en los primeros siglos comienza a iniciar en catequesis, liturgia y moral a los adultos convertidos.
Se buscaba que los catecúmenos se encontraran plenamente con el misterio de Cristo y tomaran contacto con la vida de la comunidad eclesiástica. Para ello eran fundamentales los ritos de iniciación bautismales, como el propio bautismo y la eucaristía.
El número creciente de conversiones en el transcurso de los primeros siglos de la Iglesia multiplicó hasta tal punto el número de catecúmenos que se redujo progresivamente el período de la iniciación.
Después de la caída del imperio de occidente el catecumenado sólo era una preparación inmediata para el bautismo, además el primer sacramento era conferido cada vez con más frecuencia a los niños.
Cuando el bautismo de los adultos llegó a ser una excepción, acabó por hacer desaparecer la institución que era su misma razón de existir.
La tradición apostólica es la que por primera vez en la historia de la Iglesia propone en tres tiempos lo que debe ser el catecumenado:
Se comienza por la conversión y la evangelización, y por una verificación de los sinceros y verdaderos motivos del candidato, para que éste pueda ser incluido en el grupo de los catecúmenos.
Luego viene la catequesis propiamente dicha, donde se forma e ilustra sobre la doctrina, la moral, y el ritual, hasta llegar al momento del bautismo cristiano.
Finalmente, la tercera etapa, es el bautismo que ocurre luego que los padrinos y la comunidad cristiana consideran que los candidatos son aptos para recibir una instrucción más intensa, iniciándolos en la oración y además, imponiéndoles las manos