Después del pecado, el alma experimenta un dolor interior, una pena causada por el arrepentimiento, al cual se mezcla el deseo de no pecar más en adelante: este estado del alma es la contrición.
El dolor no puede ser una especie de vergüenza de haber cedido a la tentación, o el miedo del infierno, ya que entonces sería una contrición imperfecta; en cambio, la contrición perfecta es el arrepentimiento sincero de haber desobedecido a Dios, de haber ofendido a Dios, de haber faltado al amor de aquel que es todo amor. En ella misma la aflicción que experimenta el pecador arrepentido es una penitencia interior.
El Concilio de Trento definió la idea y naturaleza de la contrición frente a la doctrina de Lutero que acusaba a la Iglesia Católica de rebajar el arrepentimiento del pecador a un simple miedo de la horca. El Concilio declaró que esta contrición no solamente encierra la cesación del pecado, el firme propósito y el comienzo de una vida nueva, sino también el aborrecimiento de la vida pasada.
De ahí el principio de la doctrina católica que resulta de las enseñanzas de papas y teólogos que la contrición exigida para el perdón de los pecados mortales debe ser un dolor de las faltas verdadero y formal, sumo, sobrenatural, universal.
La contrición perfecta supone una ayuda de Dios, la ayuda de la gracia. La contrición imperfecta, que también llamamos atrición, es un sentimiento más cercano a la medida humana. Cualquiera que sea su forma, la contrición es necesaria para la eficacia del sacramento de la penitencia.
La perfecta es necesaria para obtener el perdón del pecado fuera del sacramento de la penitencia; es obligatoria, dicen los teólogos, por lo menos algunas veces en el curso de la vida del pecador, en el peligro probable de muerte, y para quien se encuentre en un estado de pecado mortal, pues si no sale cuanto antes de su estado se expone al riesgo de morir en pecado mortal.
Es además obligatoria para el pecador, expuesto a cometer nuevas faltas o faltas más graves si permanece en el estado de pecado que le priva de las gracias necesarias para su corrección.
Perfecta o imperfecta, la contrición ha de tener ciertas cualidades: debe ser interna, es decir, que no debe expresarse solamente de palabra, sino de espíritu y corazón. Debe ser sobrenatural, o sea, que no puede ser inspirada por motivos que no se refieran a Dios, como por ejemplo, la simple fealdad moral del pecado. Debe ser suma, esto es, el pecador debe detestar el pecado más que cualquier otro mal. Y finalmente, debe ser universal: extenderse a todos los pecados mortales que han sido cometidos.
Esta contrición universal no se exige para el perdón de los pecados veniales, puesto que por sí mismas las faltas leves no interrumpen la comunicación de la gracia.