ATRAÍDOS POR EL AMOR CRUCIFICADO
Entre las frases con que Nuestro Señor quiso preparar a los suyos para que afrontaran el escándalo de la cruz, hay una que ellos entendían muy bien, porque aludía a una escena muy conocida de la historia de Israel.
Después de salir de Egipto, cuando recorría el Sinaí, camino de la tierra prometida, tuvieron que atravesar una región poblada de serpientes; además de que eran un símbolo del demonio tentador, utilizado en el Génesis, las serpientes del Sinaí mordían y, con su veneno, mataban.
Dios le mandó entonces a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y que la colocara sobre un palo, de forma que, al levantarlo, todos los que la miraran quedaran sanados (cf. Num. 21,4-9).
Refiriéndose a ese episodio, Cristo dijo (Jn 12,32):
"Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos a mí"
Los apóstoles, que no entendieron en aquel momento lo que significaba la alusión a ese pasaje del Antiguo Testamento, lo comprendieron cuando vieron, oyeron y tocaron su cuerpo glorioso, resucitado después de haber sido crucificado.
- EL LLAMADO A MORIR CON ÉL
En el viernes santo recordaremos el momento en que Él fue "levantado en alto", el momento en que fue crucificado, es justo que le miremos allí, en la dolorosa soledad del madero, para dejarnos atraer por Él. Una atracción que ha funcionado siempre para aquellos que tienen un corazón que aún no está del todo petrificado por el egoísmo y la soberbia.
Si empezamos la Cuaresma recordando las palabras del apóstol Tomás "vamos también nosotros a morir con Él", pronunciadas cuando Jesús, en contra de los consejos que le daban sus discípulos, decidió regresar a Jerusalén para resucitar a Lázaro a pesar del riesgo que corría, ahora, en esta recta final, en esta última semana, debemos fijar nuestra mirada en el Amor crucificado y dejarnos atraer por Él.
Vamos a morir con Él, atraídos por Él.
- LA MUERTE QUE NOS PIDE CRISTO
Pero esta muerte que estamos dispuestos a compartir con Cristo no es la física, salvo en el caso de los que sí la padecen por fidelidad al Señor y mueren, por ejemplo, víctimas de los ataques de los musulmanes en Nigeria y en otras naciones de África.
La muerte que el Señor nos pide que aceptemos e incluso que busquemos es la de la renuncia a nuestros vicios, a nuestro egoísmo y, sobre todo, a nuestra soberbia.
- 7 EJEMPLOS DE SOBERBIA EN LA VIDA COTIDIANA PARA MORIR CON CRISTO
Morir con Él, atraídos por Él, significa:
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renunciar a la soberbia de la vista evitando, por ejemplo, la pornografía,
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renunciar a la soberbia de la carne viviendo la virtud de la castidad según la vocación de cada uno,
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renunciar a la soberbia de la seguridad aceptando el misterio de no saber qué será de nosotros el día de mañana y poniéndonos en manos de Dios,
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renunciar a la soberbia del entendimiento aprendiendo a confiar en Dios cuando no comprendamos el por qué permite ciertas cosas que nos hacen sufrir,
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renunciar a la soberbia de querer controlar nuestra vida y la de los demás convirtiéndonos en el centro de todo y de todos, que siempre tienen que tener la razón,
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renunciar a la soberbia de no aceptar los límites que tenemos por ser seres humanos y no dioses, o sea, los límites que nos impone la edad, la falta de salud, la falta de cualidades,
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renunciar a la soberbia del relativismo, que es la más perniciosa, la que nos lleva a decidir por nosotros mismos qué es bueno y qué es malo, en lugar de aceptar lo que Dios nos ha enseñado a través de la ley natural y de la Revelación.
- EL CORAZÓN QUE BRILLA POR ÉL
Vamos a Jerusalén a morir con Él, a morir a nuestra soberbia, porque si con Él morimos viviremos con Él.
Atraídos por Él, por el amor infinito e inmerecido que se desborda desde la cruz y que nos purifica, queremos recorrer este último tramo del camino, esta última semana de Cuaresma, con el corazón de carne que ha roto la coraza de piedra que lo aprisionaba y que ahora late cada vez con más fuerza. Con un corazón que sabe que es polvo, pero, como decía Quevedo, es ahora polvo enamorado. Con un corazón que no se limita al sentimiento, aunque lo tenga a chorros, sino que se traduce en las obras que ese sentimiento de amor le lleva a hacer y que empiezan por abrazar, por amor a Él, la propia cruz de cada día.
Un corazón quebrantado y humillado que el Señor no desprecia porque ahora es un corazón que quiere latir con la fuerza que brota de su Sagrado Corazón crucificado. Un corazón que ha sido salvado por Él porque ha sido atraído por Él.
Vamos a Jerusalén a morir con Él, para vivir con Él, por amor a Él.
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