Debemos honrar a la Virgen María porque Jesucristo la honró primero, y si Él la honró y la amó tanto ¿cómo no lo vamos a hacer también nosotros?.
La honramos porque el cuerpo humano de Jesús se lo dio la Virgen María. Por milagro del Espíritu Santo ella formó durante nueve meses el cuerpo sacratísimo de Jesús que nos salvó en la cruz.
Las manos con las que Jesús bendecía, la sangre con la que nos salvó en la Cruz, la lengua con la cual pronunció sus parábolas, enseñanzas, discursos y sermones, el corazón con el que tanto amó y fue traspasado por lanza en la cruz, todo, absolutamente todo su cuerpo fue formado en las entrañas de la Inmaculada Virgen María.
Por eso mismo la honramos, porque Ella formó y trajo al mundo al que nos redimió de nuestros pecados.
En definitiva, honramos a la Virgen María porque ella es la madre del hombre más importante del mundo que es Jesucristo.
¿Acaso no honramos a las madres de los grandes héroes, de los sabios, de nuestros seres queridos?
La devoción a María no disminuye la gloria de Jesucristo, sino que al contrario, la aumenta.
Por eso los católicos veneran a la Virgen María, pero no la adoran, ya que adorar es ofrecer a un ser los honores que se le deben dar a Dios.
Venerar significa demostrar un gran respeto hacia un ser, y eso es lo que hacen los católicos con la virgen María.
María no realiza milagros y nuestra salvación no es obra de ella, pues sabemos que los milagros los hace sólo Dios y nuestra salvación es obra de Jesucristo, pero María que nos ama con amor de madre obtiene de Dios para nosotros todas las gracias que necesitamos.
Por eso lo menos que podemos hacer por ella es demostrarle veneración, aprecio y cariño.