¿PARA QUÉ SIRVE EL AÑO LITURGICO CATÓLICO? ¿CÓMO COMENZÓ?
El año litúrgico es la manifestación de Jesucristo y de sus misterios en la Iglesia y en las almas fieles, y gracias al mismo la Iglesia renueva anualmente su juventud ya que todos los años revive a Jesús niño en el pesebre, ayuna en el desierto, se ofrece en la Cruz, resucita en el sepulcro, funda su Iglesia e instituye sus sacramentos, sube al Cielo, envía el Espíritu Santo a los hombres.
Así se renuevan las gracias de sus divinos misterios.
El ciclo litúrgico ofrece a las almas un itinerario y un programa anual de renovación intelectual y moral completa, y tal como está concebido este programa hace participar al cristiano de los sentimientos de Cristo en sus diferentes misterios casi día por día para de este modo llevarle a vivir la vida de Dios.
Atendiendo a sus efectos psicológicos y morales la liturgia puede definirse como el método auténtico instituido por la Iglesia para asimilar las almas a Jesús.
El año litúrgico empieza el primer domingo de Adviento y termina el sábado que sigue al domingo vigesimocuarto después de Pentecostés.
Se desenvuelve en dos ciclos paralelos: el referente al tiempo o ciclo temporal que comprende principalmente las fiestas de fecha variable, y el referente a los santos o ciclo santoral que incluye las fiestas de fecha fija.
- ORIGENES DEL AÑO LITURGICO
Sus orígenes se confunden con los de la Iglesia, donde la primera preocupación de los apóstoles fue agrupar a los cristianos para la oración en común, la predicación de la doctrina de Cristo y la celebración de los santos misterios.
Todo el ciclo litúrgico se fue armando con el tiempo a través del cual se fue integrando bajo la influencia de elementos muy diversos.
Se debe considerar que si bien la antigua alianza debía dejar paso a la nueva y el culto cristiano reemplazar al mosaico, la Iglesia procede de la sinagoga y la religión nueva había recibido un buen número de elementos de la antigua.
Los apóstoles y los judíos que llegaron a ser discípulos de Jesús se limitaron a menudo a cristianizar las instituciones existentes.
De esta forma vemos que la Iglesia heredó la costumbre judía de dividir el tiempo en semanas de siete días, algo que ignoraban los egipcios, asirios, griegos y romanos.
Pero, no obstante, la Iglesia debía introducir una modificación importante: si para los judíos el día de descanso era el sábado, para los cristianos lo sería el domingo pues fue en ese día cuando Cristo resucitado se apareció por primera vez a los apóstoles reunidos en el Cenáculo y por segunda vez una semana más tarde.
Además también era domingo cuando cincuenta días después de la Resurrección descendió el Espíritu Santo sobre los discípulos reunidos en Jerusalén.
El año litúrgico se compuso desde el principio de 52 domingos entre los cuales dos se celebraban con especial solemnidad: los que conmemoraban el aniversario de la Resurrección de Jesús y el descenso del Espíritu Santo.
Cómo ambos acontecimientos se habían producido en Pascua y Pentecostés, fiestas que celebraban los judíos, tal coincidencia facilitó a los cristianos la cristianización de estas dos fiestas y así pudieron celebrar la realidad de los misterios cuyo símbolo habían festejado ya en las fiestas judías antes de la llegada de Cristo.